Transmutados en el perpetuo fluir de la eternidad, progresivamente nos tornamos intangibles, proteiformes como un canto sirenio.
Todo tango es inapelable, hontanar generador de una bravura insana condenada al encanto.
Cada vez que una canción envejece se forja un anhelo, un lote de comunes sufrimientos que van ciegos de la mano hacia un porvenir irreparable.
Y no es que se enaltezca la pesadumbre o la imposibilidad de sobrevivirse a sí mismo, sino que se festeja la incandescencia de lo ausente, del terruño animista.
El lastre endurecido en almácigos, el deleite ante un suplicio prohibido, el hábito que deviene en apremio, la impostura del huésped no deseado.
Todavía hoy esas fuerzas rebeldes, propias de una epifanía inducida, rinden culto integral de las cenizas de un voluntarismo refractario, congelado en lirismo.
Todo tango es inapelable, hontanar generador de una bravura insana condenada al encanto.
Cada vez que una canción envejece se forja un anhelo, un lote de comunes sufrimientos que van ciegos de la mano hacia un porvenir irreparable.
Y no es que se enaltezca la pesadumbre o la imposibilidad de sobrevivirse a sí mismo, sino que se festeja la incandescencia de lo ausente, del terruño animista.
El lastre endurecido en almácigos, el deleite ante un suplicio prohibido, el hábito que deviene en apremio, la impostura del huésped no deseado.
Todavía hoy esas fuerzas rebeldes, propias de una epifanía inducida, rinden culto integral de las cenizas de un voluntarismo refractario, congelado en lirismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario