miércoles, 27 de junio de 2007

Mi primer quiste

Alguna vez estuve tentado en adoptar esa hipocresía que caracteriza al payador moderno. Esto incluía, por supuesto, una negligencia vestimentaria, con el agregado de una rabia iconoclasta, ambos derivados de la intoxicación por el cornezuelo de centeno. Pero esta farsa de dudoso gusto, sumada a los actos extraños y la singularidad de la actitud femenil, me ha llevado a ser pesimista sobre la existencia de un macho alfa en esos ámbitos.
No es novedad que en los inviernos prostatarios argentinos, la juventud concentre energías poiéticas con el objetivo de imprimir pieles. Mucho menos que mis palabras no sean la reminiscencia de un fuego. Mas allá de dichas dificultades, mantengo la convicción sobre esas intrigas pasajeras que no tienen nunca consecuencia.
Hagamos el ejercicio de colocar sobre un péndulo, aquellas pérdidas insensibles que se creyeron vicio. Notaremos así la aparición de seres lesionados por la privación del placer. El mal, entonces, será el único responsable de la inmolación del resentimiento y guardará así una nula relación con la crueldad.