martes, 13 de noviembre de 2007

¡Soy Van Gogh, la concha de tu madre!

La verdad de que el rábano sea un icono del surrealismo y de la desidia, estriba seguramente en el destierro. Solemos confundir el ácido con la leche, la herencia con la poligamia, la tragedia con la destrucción. Pero no advertimos que absorber automatismos exquisitamente organizados genera clementes dividendos.
La tarde en que se mancha el espejo con meconio sexual, cambia la conciencia de cualquier hombre de letras para siempre. La iniciativa sumisa solucionadora de memorias innovadoras, señala horizontes a gentes de edad avanzada mientras que los bienes ajenos son desairados por los hombres más incultos.
Como el astrónomo que se niega a mirar el cielo por el telescopio, la insolvencia se vuelve sombra del sacrificio. Hemos pertenecido al juego de obsecuencias bilaterales por opacos cientos de lustros, pero nunca explotamos el tobogán de la preeminencia al ocaso. Subimos las alas, pero bajamos los brazos.
Es que en el fondo sabemos que llegara el día en que encumbremos la vista hacia el espejo y ya seremos otros.