
Siguiendo la pista caótica, obligados por la penitencia que soporta las relaciones, necesariamente huimos todos hacia el mismo lugar.
En principio, la trascendencia es una cuestión de juego, de ego. Pero, evidentemente, luego de la derrota es cuando emergen los estragos.
La escena del poeta alcoholista con gestos de tristura, resiste cualquier infamia apetente. Porque ninguno de nosotros aplaude a solas, ni siquiera aquellos que no distinguen ni la enfermedad ni la cura.
Hay filósofos que sacrifican vidas en restaurantes, escritores que murmuran sobre transeúntes liliputienses y también psicoanalistas envidiosos. Los demás, expectantes, aguardan su turno para incurrir en la adulación de los disfraces magnificentes, procurando encontrar causas y consecuencias del arrepentimiento de vigilia.
Si el crepúsculo sobreviene subterráneo, las sombras no ejercen resistencia.