Sandeces se revelan. Y es que el miedo anticipatorio ante los vinos, ante el eco de un sapucay disfónico, hace que todo aquello que no queremos, se propague.
Vaya uno a saber desde qué ermitas, octogenarios fêtegalantes irrumpen con los pulgares en las sobaqueras, desdeñados en pro de una aprobación.
Se los ve en la cumbre, pero no en la plenitud. Es decir, son más insensatamente uno mismo.
Y son personas civilizadas, personajes de atormentada sensibilidad que usan ropas. Son casi un 93% ropa, lo que produce un desgarro entre lo hegemónico y lo visceral, entre los rieles y el mar.
Mientras tanto uno, absorto en esa idea, pierde toda noción de multiplicidad, de cojera invisible, de desdicha desatinada.
Sería al menos triste, que para estar seguros en medio de este estruendo, adoptemos conductas imperturbables y nos hagamos asimismo, prisioneros de sorpresas imaginarias.
Por lo pronto, lo que urge es oscilar regularmente entre nidos y etiquetas.
Vaya uno a saber desde qué ermitas, octogenarios fêtegalantes irrumpen con los pulgares en las sobaqueras, desdeñados en pro de una aprobación.
Se los ve en la cumbre, pero no en la plenitud. Es decir, son más insensatamente uno mismo.
Y son personas civilizadas, personajes de atormentada sensibilidad que usan ropas. Son casi un 93% ropa, lo que produce un desgarro entre lo hegemónico y lo visceral, entre los rieles y el mar.
Mientras tanto uno, absorto en esa idea, pierde toda noción de multiplicidad, de cojera invisible, de desdicha desatinada.
Sería al menos triste, que para estar seguros en medio de este estruendo, adoptemos conductas imperturbables y nos hagamos asimismo, prisioneros de sorpresas imaginarias.
Por lo pronto, lo que urge es oscilar regularmente entre nidos y etiquetas.