viernes, 8 de agosto de 2008

Fobos y Deimos se fueron al río (o Bustriazo Ortiz y la Ley del Orsay)

Hemos confiado el rumbo de nuestras vidas a ignotos traductores. Creerles, nos libra por un momento del vacío y la culpa que implica la desidia de un sodero desconsiderado.
Toda excelencia oligárquica rebalsa de desigualdad en las tierras más fecundas, mientras el ansia desorientada se apaga en tumbas votivas que gravitan auroralmente en desobediencias civiles.
Y esas almas inquinas que incuban versos proféticos desde antiguos enquiridones, adulando mil razonamientos acoquinados de un “ex algo” en decadencia, son siempre la conciencia de que otros buscamos refugio en el resol.
Es que aquel que siente verdaderamente las pavesas del desempleo en las ordalías de alpaca, es hueste fermentada nadando en pos de aquellos funámbulos que pugnan por hundirlos. Ahogarlos, los llena de honores en el galardón de sus sobras.
Yo no pretendo ser el zorzal que devora toda teta de alpiste. He cambiado hartas veces de opinión. Pero de ningún modo desvié una pupila hacia el infinito fundido en el pasado inarmónico de una marcha menonista.