miércoles, 5 de diciembre de 2007

De chocolates y metilmercaptanos

A ninguno nos gusta asistir a un entierro en bicicleta, aunque poco tengamos que perder ante los renunciamientos de un miserable.
Algunos impulsos ficticios de la senectud merecen elogios, vigilias y meditaciones, si bien es cierto que frente al rubor instintivo se ensayan torpes crisopeyas.
La dignidad de los espíritus palurdos tiende a disolverse mirando el pasado, vestidos de jogging, que son sus mortajas. Sin embargo, ha habido hombres cuyas ignominias suntuarias han descansado siempre en el disimulo, a pesar de que sus venenos inconciliables hayan ardido inertes en los ímpetus viriles de súcubos perros.
El precio de la desventura varía con los infiernos. Mientras la calma es inquietante, el vacío no es serenidad.
No toda voluntad tiene un porvenir: ¡Muere!

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