A esta altura, ya estamos de acuerdo en que el disfraz renueva las civilizaciones. Basta levantar una postal para encontrar conductas abstractas desprovistas de existencia.
La megalomanía inequívoca de los imbéciles nos fuerza a ser alguien intensamente, mientras que las prácticas de enconos pudibundos, domesticadas por la inquietud de la avaricia de sujetos falaces con aire de ciencia, tiende a hacer que nademos en las aguas de nuestros propios infiernos.
Aquellos que coquetean con su ignorancia, plasman narices y dogmas, para empanarse de vanidad. Pero su emporio no resiste a la carcoma de los días, ya que su chatura irrevocable los inhabilita a salir retratados en sus propios periódicos.
Solamente una respuesta sucia de culpa, puede comunicar amablemente lo mismo que una servilleta al borde de una cama y eso causa en uno la misma actitud solidaria con el sufrimiento que genera ver a aquel que revisa su teléfono móvil en vano.
Mientras sigamos siendo empujados por presumibles neuróticos que cotizan su interés en absurdas voluntades de cordura, consolados recíprocamente por una distracción concertada, jamás repararemos en que mientras tanto, el cielo saca chispas.
La megalomanía inequívoca de los imbéciles nos fuerza a ser alguien intensamente, mientras que las prácticas de enconos pudibundos, domesticadas por la inquietud de la avaricia de sujetos falaces con aire de ciencia, tiende a hacer que nademos en las aguas de nuestros propios infiernos.
Aquellos que coquetean con su ignorancia, plasman narices y dogmas, para empanarse de vanidad. Pero su emporio no resiste a la carcoma de los días, ya que su chatura irrevocable los inhabilita a salir retratados en sus propios periódicos.
Solamente una respuesta sucia de culpa, puede comunicar amablemente lo mismo que una servilleta al borde de una cama y eso causa en uno la misma actitud solidaria con el sufrimiento que genera ver a aquel que revisa su teléfono móvil en vano.
Mientras sigamos siendo empujados por presumibles neuróticos que cotizan su interés en absurdas voluntades de cordura, consolados recíprocamente por una distracción concertada, jamás repararemos en que mientras tanto, el cielo saca chispas.
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